Risas y aplausos mientras la vida se te escapaba.
Aplaudía aquella familia que desayunó alegre en la orilla del rio. Y la pareja que se besaba junto a la fuente, también aplaudía.
Y aplaudía la mujer que se preocupó de sacar a su perro esa mañana. Y la jovencita con el colgante de la Paz en el cuello, también aplaudía.
Y aplaudía el niño de 5 años, con los ojos bien abiertos y su sonrisa inocente; a hombros de su padre exaltado y no tan inocente, que también aplaudía.
Y aplaudía la juventud entera, embruteciendo su destino. Y los ancianos en su otoño, no tan sabios al no haber comprendido el autentico valor de la vida, también aplaudían.
Cuando llegué hasta ti ya te habían apuñalado. Dos heridas mortales sin sentido se abrían en tu hermoso costado negro. Y allí estabas tú. Tumbado en aquella tierra estéril, asustado y dolorido mientras te mutilaban el cuerpo para enseñar su trofeo. Y allí estabas tú. Apurando el último aliento mientras te agarrabas a una vida que hacía rato te había abandonado.
Fue entonces cuando pude tocarte. Quería que sintieras, en medio de tanta barbarie, la ternura de mis caricias, y poder con ese gesto, quizás, trasmitirte la compasión y el cariño necesario para calmar tu angustia. Quería, en definitiva, estar a tu lado en ese momento. Que supieras que no estás solo. Que sintieras algo de amor en tu último instante.
Se dieron prisa en taparte con una lona y en borrar toda la sangre que dejaste en la tierra. Que no quede ni rastro de tu vergonzosa muerte. Que nadie se entere que allí hubo una ejecución injusta. Te subieron a rastras en aquel camión y te alejaron del patíbulo definitivamente, otra vez entre risas y aplausos.
Fue entonces cuando pude tocarte. Quería que sintieras, en medio de tanta barbarie, la ternura de mis caricias. Quería estar a tu lado en ese momento. Que supieras que no estás solo. Que sintieras algo de amor en tu último instante
Y mis manos llenas de sangre, la sangre de tus heridas.
Sangre aún caliente, que ya no circula.
¡Heridas y sangre que también son mías!
¿Por qué aplaudía tu muerte aquella niña de ojos claros?
Porque no le dieron la oportunidad de conocerte y disfrutarte en libertad, descubriendo lo hermoso que eres cuando estas rodeado de gente que te quiere y te cuida. Qué bien estaríais los dos en el Santuario de animales: tú, disfrutando de una vida sin explotación ni maltrato, expresándote libremente tal cual eres. Y ella, aprendiendo a relacionarse contigo desde el respeto a la diferencia y el amor que se desprende de un corazón no contaminado por el miedo. Ambos dando y recibiendo. Ambos creciendo libres.
Esa es la gran magia del Santuario, transmutador de corazones. Porque al igual que se puede enseñar a odiar, también se puede enseñar a amar. Y esa es nuestra responsabilidad.
Tu muerte no será en vano, compañero, al igual que mi llanto. Llanto, rabia y dolor de todas las que estuvimos allí sembrando un futuro más justo y solidario. Llanto, rabia, dolor y AMOR para seguir creciendo.
David Nuevo
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